Por: Isis Espínola
Con el auge de la inteligencia artificial (IA) han surgido innovadoras formas de conexión, ha aumentado la eficiencia laboral mediante la automatización de tareas e incluso ha facilitado los diagnósticos de salud. En suma, ha transformado nuestra sociedad con una rapidez inimaginable, además, la influencia que ha mostrado en la toma de decisiones en áreas como la medicina, finanzas y derecho la han convertido en un ente poderoso.
En este camino ha llegado al campo de la ética, espacio donde todos deberíamos detenernos para guiar su desarrollo y aplicación de manera responsable.
Uno de los principales desafíos éticos radica en el sesgo algorítmico. Los sistemas de IA aprenden de vastas cantidades de datos, y si estos, reflejan prejuicios sociales (raciales, de género), el algoritmo los replicará e incluso amplificará. Por ejemplo, un sistema de contratación automatizado podría discriminar a ciertos candidatos porque los datos históricos de la empresa muestran una preferencia inconsciente hacia un perfil específico. Garantizar que los datos sean representativos y los algoritmos transparentes es crucial para eliminar cualquier inequidad.
Otro punto central es la responsabilidad. ¿Quién responderá cuando un coche autónomo cause un accidente o un sistema de diagnóstico médico cometa un error? La cadena implicará a programadores, empresas desarrolladoras, el fabricante del hardware y el usuario final. Por lo anterior, establecer marcos legales y éticos claros es vital para determinar la rendición de cuentas.
Por otro lado, la privacidad y la autonomía están en juego, ya que los sistemas de IA requieren grandes cantidades de datos personales para funcionar, lo que plantea serias preocupaciones sobre el consentimiento y el uso de la información. Así mismo, su capacidad para influir en nuestras decisiones y comportamientos, desafía también nuestra autonomía como individuos.
Es importante recalcar que en el uso de la IA se busca un progreso de nuestras actividades, por lo tanto, asegurar que estas se alinean con nuestros valores fundamentales es esencial. Para lograrlo se requiere una colaboración entre tecnólogos, filósofos, legisladores, empresarios y la sociedad en general; juntos, podemos construir un futuro donde la IA sea una fuerza equitativa, segura y al servicio de la humanidad.
El reto radica en mirar su potencial transformador, confrontarlo y redefinir nuestros valores humanos y principios morales. No se trata solo de lo qué puede hacer la IA, sino de qué debe hacer y, más importante, cómo garantizamos que sus acciones se alineen con el bienestar humano y la justicia colectiva. La ética nos pide considerar no sólo la eficiencia, sino también el impacto social y la necesidad de políticas adaptadas a la nueva realidad, pues ésta, no es solo una herramienta tecnológica; es un reflejo de nosotros mismos.
